sábado, 18 de abril de 2015

El andariego


Los fue alineado por tamaños, después por confección: los de fibra sintética al principio; los de lana ahora son sus preferidos. Sin embargo, nunca quedó satisfecho. Ahora los alinea por tamaño. Ya no quiere de color. Sus gustos han mudado. Hoy es monocromo, monolingüe y su monólogo tiene que ver con el recuento de pasos que lo han llevado a conocer palmo a palmo la ciudad. De talón fuerte y dedos ágiles nunca dejaba pasar el día sin andar de arriba para abajo sin objetivo cierto. Al llegar a casa se quitaba el par de calcetines y los lavaba con agua tibia. “Calcetín andado calcetín guardado”, decía. No repetía de par, siempre eran nuevos. Fuera de su casa se podía ver un cordel donde tendía, equidistantes, los calcetines usados. Todas las mañas estrenaba un par que religiosamente era lavado y colgado como si fuera un trofeo. En una libreta anotaba: "calcetines usados el 3 de julio; camino andado: 15 kilómetros". Se acumulaban ya treinta libretas de pasta negra ordenadas por mes y año.
Cada quién sus pulsaciones, yo lo respeto y hasta lo admiro, pero no puedo negar una inquietud que me angustia. Quisiera regalarle unos zapatos, porque me digo: calcetines tiene muchos pero, zapatos. De tanto andar… digo, tanto calcetín para tan poco zapato. Ahora que lo vea pasar voy a preguntarle si le puedo dar unos. Negros, por supuesto.

Fotografía: Escadas do Codeçal, Porto, Portugal

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